viernes, 24 de junio de 2011

Un Fragmento de "El Diablo", de Giovanni Papini

Estoy leyendo dicha obra, y este fragmento que les comparto a continuación, me ha 'movido' bastante:




"IV La caída de Satanás y el dolor de Dios... ...La vida de Dios, como la del hombre, es tragedia. La creación, nacida de su voluntad amorosa de hacer participar a todas la creaturas en la alegría de su perfección fue causa a menudo de perdición. Él deseaba levantar, elevar y exaltar a las criaturas hasta aquellas cimas donde el no ser puede alcanzar el ser y tuvo que asistir a las renuncias, a las rebeliones, a las deserciones y a las caídas. Había creado un ángel más perfecto que los otros , el más próximo y más semejante de todos a Él y aquel ángel cayó. Había creado en el edén de la tierra un ser maravilloso, modelado por sus propias manos, animado por su propio aliento, dotado de una conciencia y de una ciencia y también el hombre cayó.


La más divina creatura celeste se levantó contra Dios; la más divina creatura terrestre, desobedeció a Dios. A una y a otra no había podido nefarles el privilegio de la libertad, distintivo de la semejanza deseada entre el artífice y sus obras maestras, pero una y otra creatura usaron de la libertad para romper y negar aquella semejanza. La perfección dió origen al pecado, la alegría tuvo por consecuencia la condena y la luz tuvo como respuesta la ofensa de las tinieblas. De pensar en esto cabe preguntar: ¿es que ha habido nunca en el universo y en el infinito tragedia más espantosamente trágica que esta dialéctica de la libertad?


Todos han encontrado sumamente justa la condena de Satanás. Pero hasta ahora ¿Ha habido nadie que haya pensado que esta condena ha sido al mismo tiempo condena de Dios al dolor? El castigo de Lucifer se convirtió en seguida, en distinta forma, en el castigo de Dios.


Dios no podía sustraerse a una ley que Él mismo dejó inmanente en todo acto de justicia: ningún juez pued inflingir una pena sin tomar sobre sí una pena equivalente a la señalada en su sentencia. El justo es tanto más justo cuanto acepta pagar también él por el culpable.


Lucifer fue condenado justamente a la pena más atroz; a la de no poder amar. Dios está condenado a una pena casi tan cruel: amar sin ser amado, sufre con el solo pensamiento de aquella tortura por Él querida..."




Os la dejo para su reflexión; Papini tiene en su obra interesantes hipótesis, algunas de las cuales no son aprobadas por la iglesia católica, e incluso algunas de ellas pueden adolecer de validez en su lógica, pero hay mucho de rescatable en su obra, incluyendo que hace un recuento de las diversas hipótesis que se han construido a lo largo de la historia, sobre la caida del diablo.

jueves, 2 de junio de 2011

A propósito de "La Marcha de las Putas·" edición Guadalajara

¡Acudamos!
Los detalles del evento, edición Guadalajara, pueden encontrarlos en: http://www.facebook.com/event.php?eid=107078949383578&view=wall&ref=notif&notif_t=event_wall
También habrá marcha en México (12 jun), que es donde se organizó primero en nuestro país y el Tijuana (19 jun), entre otras ciudades.

La palabra Puta y la puta Palabra.

En el contexto de la cultura mexicana, la palabra puta (y la puta palabra) tienen un lugar importante. Es la forma que el mexicano tiene de empoderarse frente al otro, de asestar un golpe ante el que le ha herido o decepcionado ["¡Tu puta madre!"]; pero también de enfatizar cuando algo le conmueve, para bien o para mal ["¡Puta madre!"]. La bipolaridad del sentido de la palabra puta , es una expresión que espejea la bipolar naturaleza del mexicano mismo. Así, la palabra puta no es una ofensa, sino una expresión cultural que que manifiesta el sentir de un pueblo, una llamada a mirar al mexicano y sus cosmovisiones. Si puta se usa en el sentido más usado de la palabra, encontramos entonces que ante el mexicano, la más puta es la palabra misa. Octavio Paz nos lo declara, en su deliciosa poesía:

LAS PALABRAS
Dales vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
detrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.
Octavio Paz


He querido escribir esto para brindar una reflexión en torno al nombre de la marcha y cómo éste puede ser idóneo para expresar las ambigüedades que conlleva: El peyorativo -frente al cual se lucha- que propicia la violencia de género; y el dignificante -el cual se defiende- y que trasluce el derecho a la libertad sin violencia ni sojuzga social, de la mujer.



Marina Flores

viernes, 8 de abril de 2011

YO VAMPIRO (III)

III
Desperté debido al murmullo de la fauna circundante. Despuntaba el alba y parece que hacía frío, pues había neblina y todo estaba cubierto de rocío y escarcha. Estaba reclinada sobre el tronco de un árbol lleno de líquines, con las piernas extendidas sobre el mushgo húmedo y la tierra. Todo al rededor, olía a humedad. No recuerdo cómo es que llegué ahí. El hastío probablemente me venció de nuevo. Hastío por el mundo; así que dormí. Eso hacemos los vampiros cuando nos hartamos. Porque, no es que un vampiro necesite dormir; no hay nada dentro de nosotros que reparar durante el sueño, así que dormir es un acto voluntario. Dormimos para evadir el aburrimiento, el hastío, la ira o la soledad. Por su puesto, algunos, en vez de ello, cazan. A veces dormimos para tener un poco de quietud, para aliviar el aturdimiento; pero el murmullo del mundo siempre termina despertándonos, por más que nos encerremos en nosotros mismos. Y eso me sucedió: fuí despertada. Agradezco que al menos haya sido despertada por el murmullo de la vida que repuntaba aquella mañana y no por el cotidiano y sofocante murmullo citadino.


Al levantar los párpados, lo primero que vi fueron unas piedras redondeadas, quietas, entre el agua que corría del río. No tenía hambre y tampoco tenía ánimo para nada más que estar ahí. A pesar de los años, no dejaba de maravillarme ante el detalle de las cosas. La agudeza sensorial de que gozamos, es para mi algo más que un elemento depredativo. Es un consuelo que me permite deleitarme con las cosas, estudiarlas, comprender al mundo, la vida. Qué ironía que justamente quienes no poseemos vida, seamos quienes mejor podemos comprenderla.


Observando las piedas, recordé lo que unos días antes había leído sobre "geometría de fractales". No podía evitar percibir cada poro, cada sinuosidad, cada patrón de rugosidad de la piedra, disfraza talvés de apariencia lisa para un simple mortal. Pero pronto dejé lo de los fractales y comencé a encontrar algo nuevo en esas piedras... Parecen inertes, pasivas. Y en cierta forma lo son; son moldeadas por la fricción. Eso les da la perfecta redondez que les concede belleza. Eso mismo pasa con los humanos e incluso, con nosotros los vampiros. La vida (la eternidad, en nostros) nos va puliendo; con las fricciones adquiere forma nuestro espíritu. Pero hay un aspecto de las piedras, que se impone al devenir: su dureza. No importa cuánta agua corra, cuanta fricción las moldee; siguen siendo duras y frías. Si algo hay en ellas que me inspire emoción, es la belleza no solo de las formas que adquieren, sino de su aparente inercia, su dureza y frialdad. Así somos los sapientes. La belleza es una cuestión apreciable por el contexto, pero también la naturaleza misma del ser, dejando las formas que adquiere ante el otro, es decir, el alma desnuda, es lo sublime. Los humanos son así. Debiéramos serlo también nosotros; pero no consigo percibirlo más que en unos cuantos de mi especie. De hecho, lo encuentro de forma intensa sólo en mi Rey; mi hermoso Rey de Mármol....

YO, VAMPIRO (II)

II

¡Demonios! Tenían que aparecer ellos... ¡Los niños! De todos los humanos, me parecen los más frágiles, sublimes y los más hermosos. Talvés por ello y mi condición femenina es que no me atrevo a tocarlos. Aunque a veces, su sangre la percibo tan exquisitamente dulce, que estoy segura ha de ser un elíxir. Sin embargo aún tengo algo de respeto por la vida humana. Al menos más que la que ellos mismos tienen. Talvés, porque yo misma no la tengo. Realmente los niños son bellos. Casi tanto como los ancianos, quienes se hayan desvalidos ante lo cercano de su muerte y la actitud del mundo que les trata como despojos. Los que no tienen cabida, los que viven en las tinieblas... que coincidencia. Heme aquí otra vez jugando a ser humana. Hasta me parece que una suerte de sangre me corriera por las venas. Veamos cuanto dura esta sesión de juego. Cuánto se puede postergar la siguiente caída.

YO VAMPIRO

Nota: Las siguientes entras (Yo Vampiro I, II y III) han sido publicadas previamente en otro medio, no son recientes. Espero les gusten. un abrazo.


I

La fe en los simples mortales es una banalidad y una necedad. Ahora comprendo porqué me observo sola, en el horizonte de esta existencia; porque al final, la decepción es inevitable. Nada hay en su frágil y caprichosa naturaleza que pueda hacerme confar. Nada pueden tampoco hacer para que crea en ellos, porque nada hay en mi reacia y caprichosa naturaleza que pueda hacerme creer.


Lo único que me hace de cierta identificación con ellos, es que ambos tenemos derecho al capricho como consuelo de nuestra miserable existencia. Elllos por lo lo efímero de su vida; Yo, por lo insondable de la nuestra. Ante la eternidad, sólo me queda el gusto del capricho, como fuente de única elección real. en especial el capricho de jugar a ser uno de llos; un humano. Uno que cree, uno que ama. Uno que les ama. Uno que puede ser amado.


Aunque al final, eso haga nuestra existencia más miserable. Como dije; al final, la decepción, la desilusión es inevitable. Sucede cada cuanto que, nos damos cuenta que nuestro capricho de jugar vuelve real lo jugado. no solos humanos (¡No soy humana!). No creemos, no amamos. No los amamos. No somos amados. es posible que, lo más triste sea, que [los que toman mi camino] talvés sí los amamos. Eso también es inevitable cuando, en contraste con nuestra propia naturaleza, podemos comprender la naturaleza de su fragilidad. Eso los hace más poderosos, más bellos y, ciertamente, más imbéciles.


Talvés por eso les odio a veces; porque ante la inminencia de su muerte, de lo finito de su existencia, no aprecian la oportunidad de elegir sus destinos, de hacer de sus vidas una obra maestra. Mientras, nosotros nos encontramos impotentes, estériles ante la eternidad. Sólo somos testigos. Caprichosos; pero al fin, sólo testigos...