viernes, 8 de abril de 2011

YO VAMPIRO (III)

III
Desperté debido al murmullo de la fauna circundante. Despuntaba el alba y parece que hacía frío, pues había neblina y todo estaba cubierto de rocío y escarcha. Estaba reclinada sobre el tronco de un árbol lleno de líquines, con las piernas extendidas sobre el mushgo húmedo y la tierra. Todo al rededor, olía a humedad. No recuerdo cómo es que llegué ahí. El hastío probablemente me venció de nuevo. Hastío por el mundo; así que dormí. Eso hacemos los vampiros cuando nos hartamos. Porque, no es que un vampiro necesite dormir; no hay nada dentro de nosotros que reparar durante el sueño, así que dormir es un acto voluntario. Dormimos para evadir el aburrimiento, el hastío, la ira o la soledad. Por su puesto, algunos, en vez de ello, cazan. A veces dormimos para tener un poco de quietud, para aliviar el aturdimiento; pero el murmullo del mundo siempre termina despertándonos, por más que nos encerremos en nosotros mismos. Y eso me sucedió: fuí despertada. Agradezco que al menos haya sido despertada por el murmullo de la vida que repuntaba aquella mañana y no por el cotidiano y sofocante murmullo citadino.


Al levantar los párpados, lo primero que vi fueron unas piedras redondeadas, quietas, entre el agua que corría del río. No tenía hambre y tampoco tenía ánimo para nada más que estar ahí. A pesar de los años, no dejaba de maravillarme ante el detalle de las cosas. La agudeza sensorial de que gozamos, es para mi algo más que un elemento depredativo. Es un consuelo que me permite deleitarme con las cosas, estudiarlas, comprender al mundo, la vida. Qué ironía que justamente quienes no poseemos vida, seamos quienes mejor podemos comprenderla.


Observando las piedas, recordé lo que unos días antes había leído sobre "geometría de fractales". No podía evitar percibir cada poro, cada sinuosidad, cada patrón de rugosidad de la piedra, disfraza talvés de apariencia lisa para un simple mortal. Pero pronto dejé lo de los fractales y comencé a encontrar algo nuevo en esas piedras... Parecen inertes, pasivas. Y en cierta forma lo son; son moldeadas por la fricción. Eso les da la perfecta redondez que les concede belleza. Eso mismo pasa con los humanos e incluso, con nosotros los vampiros. La vida (la eternidad, en nostros) nos va puliendo; con las fricciones adquiere forma nuestro espíritu. Pero hay un aspecto de las piedras, que se impone al devenir: su dureza. No importa cuánta agua corra, cuanta fricción las moldee; siguen siendo duras y frías. Si algo hay en ellas que me inspire emoción, es la belleza no solo de las formas que adquieren, sino de su aparente inercia, su dureza y frialdad. Así somos los sapientes. La belleza es una cuestión apreciable por el contexto, pero también la naturaleza misma del ser, dejando las formas que adquiere ante el otro, es decir, el alma desnuda, es lo sublime. Los humanos son así. Debiéramos serlo también nosotros; pero no consigo percibirlo más que en unos cuantos de mi especie. De hecho, lo encuentro de forma intensa sólo en mi Rey; mi hermoso Rey de Mármol....

YO, VAMPIRO (II)

II

¡Demonios! Tenían que aparecer ellos... ¡Los niños! De todos los humanos, me parecen los más frágiles, sublimes y los más hermosos. Talvés por ello y mi condición femenina es que no me atrevo a tocarlos. Aunque a veces, su sangre la percibo tan exquisitamente dulce, que estoy segura ha de ser un elíxir. Sin embargo aún tengo algo de respeto por la vida humana. Al menos más que la que ellos mismos tienen. Talvés, porque yo misma no la tengo. Realmente los niños son bellos. Casi tanto como los ancianos, quienes se hayan desvalidos ante lo cercano de su muerte y la actitud del mundo que les trata como despojos. Los que no tienen cabida, los que viven en las tinieblas... que coincidencia. Heme aquí otra vez jugando a ser humana. Hasta me parece que una suerte de sangre me corriera por las venas. Veamos cuanto dura esta sesión de juego. Cuánto se puede postergar la siguiente caída.

YO VAMPIRO

Nota: Las siguientes entras (Yo Vampiro I, II y III) han sido publicadas previamente en otro medio, no son recientes. Espero les gusten. un abrazo.


I

La fe en los simples mortales es una banalidad y una necedad. Ahora comprendo porqué me observo sola, en el horizonte de esta existencia; porque al final, la decepción es inevitable. Nada hay en su frágil y caprichosa naturaleza que pueda hacerme confar. Nada pueden tampoco hacer para que crea en ellos, porque nada hay en mi reacia y caprichosa naturaleza que pueda hacerme creer.


Lo único que me hace de cierta identificación con ellos, es que ambos tenemos derecho al capricho como consuelo de nuestra miserable existencia. Elllos por lo lo efímero de su vida; Yo, por lo insondable de la nuestra. Ante la eternidad, sólo me queda el gusto del capricho, como fuente de única elección real. en especial el capricho de jugar a ser uno de llos; un humano. Uno que cree, uno que ama. Uno que les ama. Uno que puede ser amado.


Aunque al final, eso haga nuestra existencia más miserable. Como dije; al final, la decepción, la desilusión es inevitable. Sucede cada cuanto que, nos damos cuenta que nuestro capricho de jugar vuelve real lo jugado. no solos humanos (¡No soy humana!). No creemos, no amamos. No los amamos. No somos amados. es posible que, lo más triste sea, que [los que toman mi camino] talvés sí los amamos. Eso también es inevitable cuando, en contraste con nuestra propia naturaleza, podemos comprender la naturaleza de su fragilidad. Eso los hace más poderosos, más bellos y, ciertamente, más imbéciles.


Talvés por eso les odio a veces; porque ante la inminencia de su muerte, de lo finito de su existencia, no aprecian la oportunidad de elegir sus destinos, de hacer de sus vidas una obra maestra. Mientras, nosotros nos encontramos impotentes, estériles ante la eternidad. Sólo somos testigos. Caprichosos; pero al fin, sólo testigos...